jueves, 2 de octubre de 2008

Dialogos de una noche de otoño en Berlin

- A menudo eso tiene un precio, amigo mío. Un precio muy alto.
Jaime Astaloa movió las manos con las palmas hacia ariba, resignado.
- A todo se acostumbra uno, especialmente cuando ya no hay otro remedio. Si hay que pagar, se paga; es cuestión de actitudes. En un momento de la vida se toma una postura, equivocada o no, pero se toma. Se deide ser tal o cual. Se queman las naves, y después ya no queda más que sostenerse a toda costa, contra viento y marea.
- ¿Aunque sea evidente que se vive del error?
- Mas que nunca en ese aso. Ahí entra en juego la estética.
La dentadura perfecta del marqués resplandeció en una ancha sonrisa.
- La estética del error. ¡Bonito tema académico!
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- Vivimos en tiempos difíciles, don Jaime.
- Y que lo diga.
- Tiempos de angustia, de zozobra... -- se llevó el pianista una mano al corazón, tanteándose una inexistente cartera -- . Tiempos de soledad.
Emitió Jaime Astarloa un gruñido que a nada comprometía. Romero lo interpretó como una señal de asentimiento, y pareció confortado.
- El amor, don Jaime. El amor -- prosiguió al cabo de un momento de triste reflexión--. Eso es lo único que puede hacernos felices y, paradójicamente, es lo que nos condena a los peores tormentos. Amar equivale a esclavitud.
- Sólo es esclavo quien espera algo de los demás -- el maestro de esgrima miró a su interlocutor hasta que aquél parpadeó, confuso--. Tal vez sea ése el error. Quien no necesita nada de nadie, permanece libre. Como Diógenes en su barril.
El pianista movió la cabeza; no estaba de acuerdo.
- Un mundo en el que no esperásemos algo de los otros sería un infierno, don Jaime... ¿Sabe usted qué es lo peor?
- Lo peor siempre es cosa muy personal. ¿Qué es lo peor para usted?
- Para mí la ausencia de esperanza: sentir que se ha caído en la trampa y... Quiero decir que hay momentos terribles, en que parece no haber una salida.
- Hay trampas que no la tienen.
- No diga eso.
- Le recuerdo, de todas formas, que ninguna trampa tiene éxito sin la complicidad inconsciente de la víctima. Nadie obliga al ratón a buscar queso en la ratonera.

¿Alguien conoce el libro del que vienen?

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